Doc era unos de los habituales del Jessy. En el café, nadie conocía su nombre verdadero. Por lo que le llamaban Doc aunque le habían retirado la licencia de médico hacía algunos años por su desmesurada afición a las medicinas alternativas que se elaboraban en destilerías.
Doc sobrevivía extrayendo balas y cosiendo navajazos sin hacer preguntas en la tierra de nadie de Manhattan. Eso sí, se negaba tajantemente a solucionar problemas a señoritas en apuros y a damas con amantes de piel no tan clara. Bebedor sí pero con principios.
Durante mucho tiempo se comentó en el Jessy el ataque al corazón de Simon Bitter, un bebedor profesional que dejaba cuentas astronómicas que alguien anónimo pagaba al dueño a fin de mes.
Aquella noche Simon cayó redondo. El pulso se le debilitó a toda velocidad, su piel era gris ceniciento y la respiración se iba espaciando por momentos. Doc avisó al preocupado dueño en voz alta que necesitaba su whisky gran reserva. Ante esas palabras el organismo de Simon Bitter se normalizó por arte de magia y exigió la medicina que ordenaba Doc.
Curado de sus problemas de corazón, Bitter casi tiene que ser curado por Doc de un traumatismo en la cabeza víctima de la ira desatada del dueño del Jessy.
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