Se decía que el dueño del Jessy nunca necesitaría un trasplante de corazón, porque no se puede trasplantar lo que no se tiene. Por eso causó asombro entre los clientes del café, la tristeza del dueño ante la muerte del hombre que hacía la limpieza en el local.
Se llamaba Patricio Collins y la última vez que se le vio con vida, por todos, fue cuando recogió los cristales del espejo que había destrozado O`Connor. Era el más antiguo de los empleados del local y el único que no miraba con miedo a su jefe. Los clientes más veteranos ya lo recordaban allí y decían que en el Jessy le saludaban hasta las piedras.
El día que faltó al trabajo, todos se percataron que desconocían su domicilio, por lo que Brian Tayler se ofreció a averiguarlo. Al día siguiente regresó con el certificado de defunción de Patricio Collins y una pequeña caja que le significó barra libre durante un mes, a cambio de no desvelar su contenido.
El dueño cogió la caja y se encerró en el despacho. Su llanto no tardó en escucharse. Lo que no les contó Brian Tayler a los parroquianos, fue que la caja contenía fotografías de dos jóvenes con el uniforme republicano de la guerra civil española. De haberse fijado y tener más conocimientos de historia, Tayler habría sabido que Collins llevaba en su uniforme los galones de coronel.
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