- ¡Buenos días Don Tadeo!
Los niños se iban sentando en sus pupitres, mientras Don Tadeo, el viejo maestro, los iba recibiendo a la puerta de la escuela.
Don Tadeo era el maestro del pueblo, había dado sus lecciones a muchas generaciones del lugar. A padres, a hijos, e incluso algún nieto pequeñito se sentaba ahora en su aula. Don Tadeo era afable, de una gran cultura, su eterno traje oscuro obligaba a las gentes sencillas a llamarle de usted.
Sabía enseñar haciendo intervenir a sus alumnos, motivándolos y haciendo de las materias una entretenida charla. El "Buenos días Don Tadeo" se iba repitiendo como si fuese rito obligado para paso de los días, para el paso de los años. Era hombre sensible y metódico, no tenía grandes ambiciones. Su única visita obligada era a la casa del párroco, donde departían hasta entrada la noche. Nada especial ocurría en la vida de aquel pobre maestro, aquel maestro que solo sabía enseñar y querer a sus discípulos.
Una cosa inquietaba a sus discípulos, cada vez que Don Tadeo veía al señor cura apurar por el camino con aspecto preocupado, se decía siempre la misma frase:
- Hoy vendrá mi amiga Serena a verme.
Y la arena del reloj del tiempo seguían bajando. Los cantos de la tabla de multiplicar y las preguntas de los críos se sucedían sin interrupciones. Paliadas, cuando Don Tadeo murmuraba para sí el nombre de Serena.
Un día uno de sus alumnos levantó la mano para preguntar. Don Tadeo le miró sonriente, e hizo un gesto para darle la palabra. Dijo el niño:
- Don Tadeo, usted siempre nos dice que hay que ser buenos con los demás, pero ¿cómo lo tenemos que hacer?
Don Tadeo se dio cuenta que la pregunta no era tan fácil de responder a unos niños, pero tenía que salir airoso del trance. Respondió el maestro:
- La pregunta que me haces tiene una respuesta muy extensa y no tenemos tiempo de hacerlo ahora mismo.- Dijo mirando a su reloj de bolsillo.- Haremos algo mejor, mañana os dedicaré el día a responder esa pregunta.
Y la clase finalizó, los gritos alegres de los niños, gritos de libertad a fin de cuentas, se perdían por el bosque y por los caminos. Don Tadeo se quedó solo en el aula, como cada tarde y se puso a preparar la respuesta del día siguiente, pero antes escribió algunos verbos en la pizarra, por si su lección terminaba antes de lo previsto. En esto, una hermosa mujer, con una belleza sugestiva, entró en el cuarto y su voz dulce e irresistible invadió toda la estancia:
- Hola Tadeo, otra vez de visita. - Dijo la dama.
El anciano profesor se volvió lenta y tranquilamente, y miró por encima de sus lentes a la recién llegada.
- Hola Serena, no te esperaba esta tarde.- Dijo Don Tadeo.
- Y sin embargo, mi visita estaba planificada desde hace tiempo. Me alegra volver a verte amigo Tadeo, eres la única persona de este mundo que me mira con tranquilidad y me llama con el apodo de "Serena" y no por mi nombre verdadero.
-Tu nombre es horroroso.- Dijo Don Tadeo.- Eres demasiado hermosa como para llamarte así, prefiero seguirte llamando Serena.
- Gracias Tadeo, siempre fuiste el único amigo que he tenido.
Don Tadeo miró a la bella mujer con un poco de tristeza. Le alegraba sus visitas, porque era agradable su conversación en un ambiente tan mediocre como era el entorno que le rodeaba, pero la alegría de su encuentro era la tristeza de otros y los dos lo sabían. Dijo Don Tadeo a la mujer:
- Siempre ansío tu visita Serena, porque me das la paz. Pero sé que cada vez que vienes a verme, la campana de la iglesia suena dos veces a intervalos, se oyen a las plañideras y una familia se viste de negro, quizá para toda la vida. Aún me acuerdo de tu última visita Serena. Después de ella, tuve en mi clase tres pupitres vacíos para siempre ¡y pertenecían a los más pequeñines!. ¿¡Por qué Serena, por qué ellos también!?
- Tadeo, yo no hago las cosas por mi gusto. No soy yo quien decide.
- Si no fueras tan hermosa, todos seríamos inmortales.
- Pero que mundo tan retrógrado y aburrido sería. Sin ideas ni personas que se renovasen. - Replicó la mujer.
Don Tadeo se sentó en su silla, y apoyó su frente en sus manos deformadas por lo años y los miles de tizas que empleó durante su vida docente. Se frotó los ojos y murmuró:
- Estoy agotado Serena, los años no perdonan. Eso lo sabes tú mejor que yo.
Serena se puso detrás del maestro y le acarició con suavidad los hombros para relajarlos. Y le dijo con voz cariñosa:
- No te preocupes Tadeo, has ganado tu bien merecido descanso. Hoy vendrás conmigo y nada ni nadie podrá separarnos. Porque para mí, tú eres diferente a los demás.
Entonces Don Tadeo sintió un goce extraño, como si todas sus preocupaciones desaparecieran, ni siquiera se acordó que tenía que preparar la clase del día siguiente, se sentía flotando. Para Don Tadeo, el anciano maestro del pueblo, aquello era otra cosa.
Los niños lo encontraron al día siguiente; sentado, con la cabeza apoyada en la mesa. Ya no respiraba; su rostro tenía una sonrisa en los labios. Una sensación de paz y tranquilidad lo rodeaba. Inmediatamente detrás, en la pizarra, los verbos AMAR, QUERER, SENTIR, estaban escritos con tiza. Los niños comprendieron entonces que Don Tadeo, el viejo maestro, les daba su última lección.
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