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domingo, 24 de abril de 2011

ALGÚN LUGAR DEL HORIZONTE

           
            Nunca supimos por qué Nicanor puso a su barco el nombre de "INOCENTE". Cuando se lo preguntábamos, sonreía sin respondernos. Era un barco pequeño, de fácil manejo para una persona. Con él, a Nicanor le gustaba avanzar mar adentro y alcanzar aquella línea del horizonte a la que nadie llegaba con sus ojos.

            Desde lo que le había pasado con nuestros padres, Nicanor llevaba mucho tiempo encerrado en sí mismo, permaneciendo entre nosotros como ausente. Ya no era aquel chiquillo que jugaba despreocupado con todos los niños, entre las barcas de pesca varadas en la playa. Ahora miraba hacia el horizonte, envidiando a todo aquello que se perdía en el mismo.

            Un día, Nicanor abandonó el pueblo de los pescadores  y no tuvimos noticias de él por espacio de cuatro años. El Nicanor que regresó no era el adolescente travieso y melancólico que nos había dejado. Nos encontramos a un hombre fortalecido por los continuos vaivenes de siete mares y cicatrizado por mil y una cuerdas y cabos de los que tuvo que tirar al son de las sirenas y los silbatos del contramaestre. Su barba de cobre viejo y una piel de cartón salvajemente bronceada  por los vientos oceánicos, daba el toque de gracia al nuevo aspecto del Nicanor que nos apareció con su bolsón de marinero.

            Con los ahorros que trajo, compró su barco INOCENTE, la embarcación fue su hija y su hogar. Yo fui el único que vio al INOCENTE desde dentro, Nicanor lo había acondicionado para realizar grandes travesías y  conocer nuevos puertos a la procura de algo que tan solo el propio Nicanor sabía.
         

            Cuando el INOCENTE levaba anclas, pasábamos larguísimas temporadas sin tener noticias de él. En las noches de galerna, esperábamos lo peor. Pero siempre volvía a la playa de los pescadores con algo nuevo que se negaba a contarnos, Nicanor era así.

            Un día, después de varios meses, regresó acompañado por una mujer diferente a nosotros. Su piel, de una oscuridad tenue, contrastaba con unos ojos claros y ligeramente rasgados. Por toda respuesta, Nicanor me dijo que la mujer se llamaba Zoe y que el resto lo callaba por mi seguridad. Me dijo también que se marchaban al día siguiente, no  le hizo falta decirme  que huían. Fui a despedirle al alba, como siempre lo hacía. Antes de subir a su barco me entregó un paquete, "si no sabes nada de mí en diez años puedes abrirlo porque será tuyo", me dijo adiós con su mano mientras su INOCENTE enfilaba rumbo a la línea del horizonte. Fue la última vez que Nicanor y yo nos vimos.



            En todos estos años, la playa de los pescadores, no tuvo noticias de una pequeña embarcación que se marchara apresuradamente, un día cualquiera al amanecer. Ninguna tabla arrancada por temporales llegó a la orilla con su siniestro presagio. Sabía que la ausencia de noticias eran buenas noticias. Nadie vino a hacer preguntas.

          Pasado el plazo abrí el paquete que me dio Nicanor. Era un diario de su vida marinera, empezaba el día que se fue de casa. Hablaba de sus ilusiones, alegrías, decepciones y el día que conoció a Zoe. Su barco empezaba a zarpar, el tiempo jugaba a su favor, y se preparaba para alcanzar el único objetivo de su vida, tal vez en algún lugar del horizonte.







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