Si el siglo XX ya finalizado, nos ha hecho ver algo, esto ha sido sin lugara dudas las rápidas transformaciones a todos los niveles. Los cambios se suceden con tal rapidez que situaciones impensables hace tan solo dos décadas son una plena realidad en nuestros días.
Este es el caso de una Europa unida, asociándose países, hasta no hacía mucho tiempo, en guerra los unos contra los otros. Las ventajas de la supresión de fronteras entre los estados miembros, con la circulación libre de mercancías y una moneda única, puede beneficiar a muchas regiones otrora frenado su desarrollo económico y mercantil por aranceles y leyes proteccionistas que dificultaban el tráfico de mercaderías.
Este es el caso de Galicia y el Norte de Portugal, una zona con grandes posibilidades de desarrollo con un adecuado plan de coordinación que puede sacar beneficios de los grandes cambios traídos por la nueva Unión Europea. Sin embargo, este intercambio y relación entre ambas regiones no son nuevos, tiene hondas raíces históricas que los gobiernos español y portugués no han podido frenar.
Para empezar hay que entender, que el antiguo Reino de Galicia, llegaba hasta el Duero y su capital era Coimbra; hasta que en el siglo XII el antiguo condado de Portus Cale con capital en Oporto se convertirá en reino independiente bajo Alfonso Enriques. A partir de ahí Portugal y Galicia siguieron caminos distintos en la historia oficial, pero la realidad era otra.
La frontera (la mítica “raia”) no estaba muy definida en unas zonas que en la práctica sus gentes siempre se rigieron por parroquias. Ello llevó que grupos humanos cruzasen de un lado a otro, llevando mercancías de una forma más o menos clandestina (el contrabando fue siempre moneda corriente), y no olvidemos aquella “república” de Tras os montes cuyas parroquias acabaron repartidas entre España y Portugal cuando estos dos reinos delimitaron sus fronteras en el siglo XIX con la finalidad de que no cupiese alguna duda sobre la situación de los limes.
No tanto en Pontevedra, donde el Miño ejercía de frontera natural; pero la zona de Orense está cuajada de historias sobre ese continuo intercambio de portugueses y gallegos, tan magistralmente narradas por los escritores de uno y otro lado. Ni nuestra guardia civil ni la guardia portuguesa pudieron frenar ese flujo continuo que alcanzó cifras astronómicas en cuanto a beneficios (y no estamos hablando de mercancías prohibidas), beneficios que no pasaban por los aranceles que siempre habían existido.
Pero hoy los tiempos cambian, y la frontera administrativa ya no existe, permitiendo el tráfico libre de personas y ya es la hora de Galicia y el norte de Portugal para organizarse en la región económica que otros se negaron a ver. En un momento en que Portugal atraviesa momentos difíciles el desarrollo de esta euroregión puede ser clave para hallar el mayor número de soluciones posibles. Ahora es la gran oportunidad, no hay que desaprovecharla.
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