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martes, 19 de abril de 2011

ARISTIDES DE SOUSA MENDES, CRÓNICA DE UN HEROE OLVIDADO



Últimamente, estamos asistiendo, a través de los medios de comunicación, a tristes noticias de intolerancias y odios hacia otras razas, incluso en aquellas naciones que siempre consideramos como ejemplo de convivencia. Recientes sucesos ocurridos en la vieja Europa, como la guerra yugoslava, nos han retrocedido a una parte de la historia europea del siglo XX que todos creíamos superada con creces. Los campos de exterminio, la limpieza étnica, el genocidio y otros horrores que no es preciso recordar, nos llevaron al recuerdo de una Europa en que el III Reich estaba dispuesto a imponer su "nuevo orden". Un nuevo orden en que las "razas inferiores" y los discrepantes, no tenían cabida y había que ir a por su eliminación física. En esta tristísima etapa, algunos hombres desde sus puestos, hicieron un meritorio esfuerzo por salvar a aquellos inocentes. Algunos pasaron a la historia y aún en vida recibieron el homenaje que se merecían. En esta lista, tenemos que incluir un gran olvidado, aunque sí conocido en su país, nos referimos al diplomático portugués Aristides de Sousa Mendes, en aquellos momentos, cónsul de Portugal en Burdeos, y que con su intervención evitó que más de diez mil personas cayesen en manos alemanas, sin importarle las consecuencias que su conducta pudiera traerle.

En el verano de 1.940, roto el frente aliado, las tropas del III Reich invadían Francia. Miles de personas huían del nazismo e intentaban salir del país. Pero para ello era necesario el correspondiente visado, con el propósito de llegar a una nación neutral que les permitiese ir a América. La principal ciudad a la que procuraban llegar aquellos miles de refugiados era Lisboa. A los pocos meses de estallar la guerra, el primer ministro portugués, Oliveira Salazar, envió una circular interna a todas las legaciones diplomáticas portuguesas en Europa prohibiendo tajantemente la concesión de visados sin la autorización pertinente del ministerio de "Negocios extranjeros", recalcando especialmente la negativa de extender visados a personas de raza judía. El 17 de Julio de 1.940 Burdeos, ciudad al sudoeste de Francia, se llenaba de refugiados que huían de los alemanes. Gente de toda condición y edad se arremolinaba ante el consulado de Portugal a cuyo frente estaba nuestro personaje. Sousa Mendes fue consciente que la vida de toda aquella gente estaba en sus manos, y no dudó en desoír las órdenes de Lisboa y mandó abrir el consulado a aquellas personas. Durante tres días en que el tiempo era primordial, Aristides de Sousa Mendes, concedió visados a todos aquellos que se lo solicitaron. Nuestro hombre llegó todavía más lejos y con documentación y sellos de su consulado, siguió con su ingente tarea en la ciudad de Bayona donde dio más visados para poder atravesar los Pirineos. Al poco tiempo, el gobierno del mariscal Petain rendía Francia a los alemanes. Pero ya mucha gente había logrado huir.

Con su valiente actitud, Sousa Mendes salvó a más de diez mil personas de un incierto y quien sabe dramático destino. No hizo distinciones de algún género, pero gracias a él, pudieron huir personajes como el archiduque Otto de Habsburgo (jefe de la casa imperial austríaca y en la actualidad eurodiputado por la República Federal Alemana), la gran duquesa Carlota de Luxemburgo, así como diversas personalidades del mundo político e intelectual de sus respectivos países, ahora invadidos por Hitler.

Pero estos miles de vidas puestas a salvo, no debieron importarle mucho al primer ministro portugués Oliveira Salazar, que premió a su cónsul en Burdeos, expulsándolo de la carrera diplomática y dejándolo carente de recursos, aun sabiendo que Aristides de Sousa Mendes era padre de familia numerosa (tenía doce hijos). Aristides se defendió brillantemente de las acusaciones formuladas contra él, pero de nada sirvió. Caído en desgracia, pasó sus últimos años viviendo en Portugal en la más escandalosa indigencia y en el no menos ignominioso de los desagradecimientos. Su tierra natal, Cabanas de Viriato y Lisboa fueron mudos testigos de su final. En sus últimos años, Aristides de Sousa Mendes todavía tuvo la tristeza de ver morir prematuramente a su esposa que tanto le había apoyado en sus decisiones. Y también fue testigo de la dispersión de sus muchos hijos, que emigraron a diversos países ante las graves dificultades económicas que atravesaba la familia (de los doce hijos, tan sólo residen dos en Portugal). Murió el 3 de Abril de 1.954 a los 68 años manteniendo lo correcto de su proceder en aquel año de 1.940. Hubo que esperar a la caída del régimen Salazarista para que tuviera el reconocimiento que se merecía por parte de la república de Portugal. Hoy su figura es un ejemplo en la Europa de las intolerancias y los egoísmos. Porque al desafiar una orden de su gobierno, demostró que las vidas humanas y la moral cristiana estaban y tenían que estar, por encima de la razón de estado y de los intereses de uno mismo. Ya sólo por esto y su coraje, el ejemplo dado por Aristides de Sousa Mendes, diplomático y cónsul de Portugal en Burdeos merece el reconocimiento general de todos por su bondad y su valentía. Descanse en paz.

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