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y compartir cada cosa que siento,
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martes, 17 de mayo de 2011

LA NUIT DEL FUNAN



     

            Siempre bajaba las escaleras lentamente, con  suavidad, intentando pasar desapercibida entre el humo tabaquil y los murmullos de los muchos alumnos y profesores que a aquellas horas de la tarde siempre abarrotaban la cafetería cercana a  la universidad.

            - ¡Hola Dafne!
            - ¡Hola Anatol!

            Dafne era menuda, pelirroja, con un cabello que le llegaba a la cintura y con unos ojos azul intenso de los que era imposible librarse si te atrapaban. De ella, Anatol únicamente conocía su nombre y que a aquella hora siempre bajaba lentamente las escaleras. Dafne le sonreía divertida, pero Anatol siempre envolvía su soledad de amigos, por lo que nunca podían intimar.

            Los profesores y los alumnos seguían llenando el local, después de las clases, con el humo barato de sus pitillos, haciendo una mezcla que servía de anestésico para los que allí querían descansar de tanto aburrimiento emanado del educador de turno. Era matemático. Todos los días, ella bajaba lentamente las escaleras de la cafetería con su carpeta de apuntes y libros de consulta y procuraba permanecer invisible ante los demás.

            - ¡Hola Dafne!
            - ¡Hola Anatol!

                Y Dafne se dirigía a la barra sin saludar a nadie  más de los allí presentes.           Mientras tanto, el tiempo discurría tranquilamente en la ciudad de los alumnos, con el constante "¡Hola Dafne!"  "¡Hola Anatol!" martilleando el runrún del local atestado de gente fuertemente armada con sus tazas de café.

Un día, calendario anunció que ya era Junio. Gritos, risas y borracheras despedían el curso en que Anatol se doctoraba. Y  él, tan solo sabía que se llamaba Dafne y que era la única persona a quien saludaba. Fue su última tarde allí. Por primera vez esperó solo en la cafetería, hasta que el coche de su primo Lucas tronó para decirle que marchaban. Consultó su reloj, ella no vendría. Pagó y abandonó la cafetería; no miró atrás.
           
            Surgieron veinte años en la vida de Anatol. Veinte años que lo habían convertido en un prestigioso catedrático y en la más alta autoridad reconocida en su materia. Con esas credenciales regresó a la cafetería que abandonara sin volver la vista. La decadencia se había adueñado del local, dejado por la multitud de profesores y alumnos que ya no paraban allí desde hacía tiempo. Por el camarero de turno se enteró que ese era el último día que abrían sus puertas.  Pidió un café e intentó retroceder en el tiempo sin conseguirlo. De pronto, como si algún duende leyese en sus pensamientos, sintió a su espalda como alguien bajaba lentamente las escaleras. Viró en redondo, no había cambiado nada, solamente tenía veinte años más, tal vez quince.
           
- ¡Hola Dafne!

            - ¡Hola Anatol! Supe que hoy era el último día, tenía que venir.

            - Dafne, yo...

            - Lo sé Anatol, tenemos muchas cosas que contarnos.

            Una tos premeditada del camarero les hizo ver que llegaba la hora del cierre. El mismo camarero les hizo un gesto para decirles que estaban invitados. Dafne se agarró del brazo de Anatol y abandonaron el local. En la entrada, unos operarios quitaban el vetusto cartel que dio nombre a la cafetería durante todos esos años. Por primera vez se percataron que aquel sitio de su juventud tenía  nombre propio. Leyeron las letras descoloridas, se llamaba "La Nuit del Funán". Se miraron sin entender el significado y rieron.

            Seguían agarrados del brazo y fueron caminando lentamente por las calles. Mientras caminaban, Dafne se apoyó en el hombro de Anatol, él la rodeó con su brazo. En ese preciso instante, una niebla iba envolviéndolos despacio, como si  los fuera disolviendo en el aire, quizás hasta desaparecer por completo.

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