Simon Bitter era el rey de los bebedores en el Jessy. Nadie competía contra él porque a nadie le gustaba perder y despertarse en Central Park sin reloj ni cartera. Sus facturas mensuales eran leyenda entre los clientes. Nunca caía redondo y jamás reía.
Quien le quería escuchar, le contaba la historia de aquel hijo del que se avergonzaba y por eso bebía, para olvidarlo. No ahorraba epitetos contra su hijo, al que acusaba de cambiar su apellido.
Las apuestas estaban muy subidas acerca de si ese hijo existía realmente. Los clientes de la barra apostaban que existía y los de las mesas que no existía. Finalmente hicieron una colecta y pagaron a Tayler para que lo investigase. Al tercer día, Tayler llegó pálido al Jessy y devolvió el dinero; no soltó prenda. El misterio en torno a Bitter aumentó.
Las apuestas estaban muy subidas acerca de si ese hijo existía realmente. Los clientes de la barra apostaban que existía y los de las mesas que no existía. Finalmente hicieron una colecta y pagaron a Tayler para que lo investigase. Al tercer día, Tayler llegó pálido al Jessy y devolvió el dinero; no soltó prenda. El misterio en torno a Bitter aumentó.
A la semana de sus averiguaciones, Tayler apareció con un caballero de treinta años y con dos gorilas de paisano. A una indicación del hombre, éstos cogieron Simon Bitter y se lo llevaron entre gritos, llamando al caballero mal hijo y lamentando haberlo tenido. El hombre le dio las gracias Tayler con un apetón de manos y se marchó.
Algunos creyeron reconocer al hijo de Bitter. Era el senador Simon Thompson.
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