Bastaron cinco segundos.
Cinco segundos
para subir a los cielos
y bastó un segundo
para bajar a los infiernos.
Cinco segundos
en forma
de una flor mutada
en abrazos y promesas.
Y solo un segundo,
nada más
que un segundo,
para
escuchar la palabra adiós
y recibir
una súplica
de un imposible perdón.
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