A un dios menor me dirijo,
a aquel que humilde y silente,
guía los pasos errantes
sin imponerse,
solo mostrando senderos.
Para que los pasos no sean erróneos,
que mi andar sea firme
y no pierda su rumbo
cuando las sombras se desplieguen.
Que nada deje
perdida mi alma
en los laberintos del tiempo
y que en cada respiro halle
un eco que recuerde mi esencia.
Y sepa donde seguir,
pues hay días en
que los caminos se borran bajo la lluvia,
y solo el espíritu halla su brújula.
A un dios menor me dirijo
cuando los cielos se desploman,
y las tormentas hacen
tambalear mis cimientos.
En los días que las tormentas estallen,
que él sea el faro en mi tempestad,
la voz entre el trueno,
el refugio entre la ruina.
A un dios menor solicito
sus manos invisibles como guía,
pero con mi voluntad como ancla.
Para enfrentar lo que vendrá
y seguir adelante.
Siendo yo
el único dueño de mi destino.
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