Cerca de mi casa hay campos y bosques por los que me gusta pasear, en especial en otoño. Por los caminos que recorro, existe un terereno lleno de maleza imperando una planta tipo matorral que da una vistosa flor amarilla y que en Galicia conocemos como xesta. En ese terreno encontraban abrigo aquellos animales que se negaban someterse al hombre. A veces un conejo o un zorro se escondían en ese lugar ante mi paso. Por lo apretado de la vegetación nunca se me ocurrió entrar en sus secretos.
La semana pasada una máquina limpió el terreno de maleza dejando solamente los arboles. Mi sorpresa fue que, limpio de maleza, una casa de labranza resurgió de años de olvido. Era toda de piedra, sus dimensiones y la configuración del terreno para cultivo y ganado, demostraba su importancia.
Fue entonces cuando la gente del lugar recordó a los cabreiros, una familia que se dedicaba a la cría de cabritos, la gente me dijo que tenían cultivos de todo tipo y que un día se dispersaron y allí quedó la casa.
Los años fueron enterrando su historia, porque la naturaleza reivindicó lo que le pertenecía con su inalterable constancia cuando lo hombres miramos para otro lado. Y como eso tantas cosas. Bajo aquella maleza había una historia como tantas historias y que llegado el día, los árboles las plantas y la fauna libre de las leyes humanas recuperaron lo que por derecho les pertenecía.
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