Nos decía un profesor de historia que tuve en el instituto, que se escandalizaban de determinadas cosas las personas que, en su momento, no les dejaron hacer aquello por lo que se escandalizaban. El correr del tiempo me ha hecho ver que tenía razón. En muchos casos. Conductas que causan escándalo y que no invaden la libertad de terceras y segundas personas no hay porqué juzgarlas y condenarlas y de ser así en su justa medida. Sobre quien se escandaliza si rascásemos un poco, descubriríamos, sencillamente, que esa persona ha estado tan reprimida por sus miedos y entorno que no quiere que otros lo hagan. La cantera de los moralistas han salido de ahí.
Una anécdota que encontré en un libro de Carlos Fisas, al cual recomiendo sus libros, lo ilustra mejor que nadie. Según nos cuenta en su libro "Anecdotario español 1900-1931 (Editorial Planeta)", cuando el cinematógrafo empezó a difundirse en España, en cierta ciudad de provincias, varias señoritas alentadas por sus directores espirituales, protestaban cada vez que una escena de un beso se prolongaba.
Una noche en que los besos se prolongaban más de lo debido en una de las escenas, la protesta alcanzó tintes de tumulto por parte de las señoritas. Y según nos dice Carlos Fisas : "Cuando el barullo era mayor, un espectador de galería, que advirtió como eran señoritas todas las que protestaban, dominó el tumulto exclamando con voz fuerte:
- ¡Envidiosas!...
La protesta cesó como por ensalmo."