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sábado, 16 de junio de 2012

MI AMIGO PEPOTE


Durante mi infancia tuve en el colegio dos amigos cuya relación era especial. Uno de ello se llamaba Pepote. Problemas  que tenía, en aquel entonces, me generaban inseguridades a la hora de jugar y de relacionarme que ellos disipaban. Cuando jugaban al fútbol conmigo, mis temores desaparecían, tales eran la confianza y seguridad que Javier y Pepote me lograban trasmitir.  Pepote y Javier eran mis mejores amigos de colegio. 

La última vez que  vi a Pepote fue a principios del verano del 75 en la cola de un cine y se lo presenté a mi madre; me alegré mucho de verle. Dos semanas más tarde, con diez años, mi madre me llamó una noche, tras colgar el teléfono. Me comunicó que mi amigo Pepote había fallecido en un accidente de tráfico. A los dos días acudí a su entierro acompañado de mi padre. Fue el primer entierro que asistía y mi interior se rebelaba a aceptar que mi mejor amigo pudiera estar en aquel ataúd. No; para mi no podía estar muerto. 

Lo que recuerdo de aquellas jornadas fue que lloré muchas noches de aquel verano. Ahora me doy cuenta de que algo se rompió dentro de mí con su marcha. 

Durante todos estos años, cuando acudía al camposanto en día de difuntos, me acercaba a rezar ante su nicho. Era fácil de identificar porque en su placa un sencillo epitafio rezaba: Pepote no te olvidamos.  Suscribí siempre esas palabras y pasé a mi adolescencia, juventud y madurez recordándolo.

Recientemente, el azar hizo que aparcase mi coche delante del cementerio, y cuando terminé mis gestiones entré para rezar a mis familiares que allí descansan. No me olvidé y me acerqué a visitar su tumba. Para mi desolación su lápida ya no estaba,  había sido removida después de tantos años. No sabría describir lo que sentí.

Dicen que una persona muere realmente cuando ya no queda quien le recuerde. Y yo me niego a olvidarle, y también, siempre recuerdo a su madre (su padre ya había muerto y él era hijo único) la primera y única vez que la vi fue el día del entierro. No sé que ha sido de ella, medios para localizarla me sobran pero ¿qué le diría? ¿sería lícito remover viejos fantasmas después de casi cuarenta años? No, si las cenizas se remueven hay riesgo de que todo vuelva a arder. Es mejor dejarlo así.

Mi amigo Pepote fue una gran influencia en mi niñez, era ese amigo que eché en falta en mis años posteriores, pero allá donde esté, sé que seguiremos siendo amigos y que nunca dejaré de tener, para él, un cariñoso recuerdo. 

Un fuerte abrazo Pepote de este niño que nunca te olvidó.


1 comentario:

  1. He llegado por casualidad a tu blog, como se llega siempre a las grandes cosas, y me he quedado atrapada un rato en tus palabras. Ha sido un paseo muy bonito y emotivo. Así que he decidido seguirte. ¡Ánimo!

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