Desde que tengo uso de razón, siempre se me dijo que los jueces han de impartir justicia, de acuerdo con unas leyes, y ni ellos han de estar por encima de ellas. Por eso mismo, mientras el señor Garzón cogía cada vez más fama, yo no estaba de acuerdo con ese desmedido protagonismo porque mi escala de valores me decía que primero tenía que estar la justicia y, en último lugar, quien la administra. No envidio el trabajo de los jueces porque, en todo momento, se ha de ser imparcial y dictar sentencias de acuerdo con unas leyes que ellos no han creado, cuando el corazón les puede decir lo contrario. No es fácil ser juez ante juicios paralelos en medios de comunicación. Por eso el juez ha de permanecer en el anonimato siempre que sea posible.
Hasta ahí creo que todos estamos de acuerdo, pero el señor Garzón cometió el gran error de dejarse seducir por la fama (debilidad por otro lado muy humana). Fue cada vez más lejos en sus actuaciones dándose un protagonismo del que debiera haber huido hace tiempo. Buscó aquellos casos que más jaleo hubiera y, encima, que más aplausos le granjease. Su fama fue tal, sobre todo entre la izquierda española, que (así lo pienso) se creyó invulnerable, dueño de la verdad absoluta y por encima del bien y del mal. En una palabra: se endiosó.
Pero llegó un momento en que se acabó la fiesta y ahora tocó pagar el banquete. Acaba de perder su carrera judicial por mucho que la izquierda organice la que organice. La estrella se ha apagado y encima se ha visto que era mortal. Ante todo, los partidarios del juez estrella han de darse cuenta que no se le ha juzgado por juzgar una trama de corrupción del P.P. sino porque permitió escuchas ilegales, violando el derecho de defensa de los acusados y eso es muy grave. Luego se declaró competente para juzgar los crímenes del franquismo cuando se le dejó bien claro que no lo era, este caso está pendiente de sentencia y no lo voy a valorar, aunque me permito recordar que este mismo juez desestimó juzgar las matanzas de Paracuellos del Jarama (las salvajadas se hicieron en ambos bandos para desgracia de todos).
Ahora el dios ha vuelto al mundo de los mortales, ya no es juez pero sigue siendo licenciado en derecho y ahora puede abrazar las causas que desee, libre del corsé de la imparcialidad.
Don Baltasar Garzón no es el martir que nos quieren vender los mal llamados progresistas. Simplemente es un hombre que se ha equivocado y, como todos los que se equivocan, ha de aprender de sus errores y ser una persona mejor. Deseo de corazón que le vayan bien las cosas porque ahora ya sabe que quien más alto quiere subir, desde más alto se puede caer.