Éramos soldados
sin saberlo.
El frente era la vida
y las armas
nuestra paciencia.
Fuimos guerreros.
En una batalla
sin instrucciones
ni reglas.
Éramos soldados
sin fusil
sin uniforme.
En lucha continua contra todos
y en perenne combate
contra nuestros demonios.
Héroes sin medalla
invisibles
veinticuatro horas de lucha
constante
inmisericorde.
Héroes sin medalla
que acompañan a quienes quieren
hasta el final de su trayecto.
Con una sonrisa dibujada
con lágrimas internas.
Héroes sin medalla
que limpian miserias
que reparan
estropicios ajenos.
Con manos que acarician
peinan y asean.
Héroes sin medalla
que son invisibles.
Héroes que les niegan
el merecido aplauso
y que todo lo hacen
a cambio de nada.
En el laberinto
el espíritu roto del padre.
La esencia extraña
de todo.
Entre islas
entre nada
entre siempre.
La mente escribe
palabras raras,
inconexas,
espurias.
En la destrozada puerta del alma
en la fuga crónica
de una esencia similar a la vida.
Doy un grito,
me desmayo y
caigo
en un abismo
llamado laberinto
nombre sueño,
de apellido prisión.
Éramos
trozos de risa
en el medio de todo.
Éramos
veinte años
que parecían quinientos.
Fuimos
baile, canciones,
recuerdo.
Fuimos
lo que antes
eran nuestros padres;
hoy nuestros hijos
y mañana
nuestros nietos.
Existe ese poema
que jamás se escribe.
Recorre
todo tu ser,
se deleita
pero se niega a salir
a través de la tinta
y quedarse en el papel.
Ese poema
que no quiere
ser exhibido.
Se rebela
a recrear otras mentes.
Y a que voces
ajenas
lo reciten, tal vez,
para destejerlo.
Ese poema no escrito
puede que sea el mejor.
Porque mantiene
su esencia pura
sin adorno de palabras
y sin el oropel de mis letras.
La niña playa
la niña bosque.
Corre libre,
lejana.
Envolviéndome
con sus ojos de azahar,
con su sonrisa arena.,
con su mirada orilla.
La niña playa
la niña bosque.
Desapareció con las primeras hojas
de ocre nostalgia
marrón otoño.
La niña playa
la niña bosque.
Ahora viste amarillo lluvia
ojos acera
sonrisa asfalto,
árbol desnudo.
La niña playa
la niña bosque.
Aguarda que lleguen
días largos.
Para poder regalarme
sus labios de brisa
con su sonrisa arena
que sabe a estrellas
que huele a luna.
Entre las naves de la memoria
entre nubes erradas
de cielos insignes.
Entre
tantas palabras derramadas
de inercias vigilantes.
Extraños versos que salen
de noches de insomnio
y temerosas mañanas.
